El viejo Rifai miraba atento desde el follaje a las gacelas que
comían tranquilamente.
El viento rozaba su rostro levemente, su olor se alejaba hacia la
arboleda.
Rifai, el viejo lobo, suspiro melancólico, con la vista perdida recordo una vez mas...
Era
un joven, todo un muchacho, había bajado al arroyo como cada mañana porque la
sed lo torturaba un poco.
Rifai
confesaba que había sido el destino o el desatino, lo que le forzó ese día a
bajar unos metros alejado del lugar de costumbre.
Bebía
lentamente, enlobado.
Ahora
bien, si ese día no se hubiese tomado la molestia de seguir con la mirada a una
pequeña mariposa amarilla; y si esta no hubiese sido tan insistentemente molesta;
Rifai hubiera sido solo un lobo de la manada.
Madre,
había dicho que todo tiene su curso y por eso el joven lobo comenzó a seguir a
esta mariposa. Primero como un juego, agazapado y riendo entre dientes a causa
del supuesto bocado, pero la mariposa no estaba para juegos y después de varios
intentos bobos de Rifai se elevó rápidamente.
Refunfuñando
por la perdida del ilusorio bocado, el joven Rifai sintió el golpe lejano de la
pesadilla ´´sigues siendo un bueno para nada´´.
Sintiendo
su orgullo de cazador apaleado no se reunió al llamado de la manada.
No
sentía hambre y estaba amargado, a si, a medio dormitar espero el aclarar
del día.
hasta que un
sonido le despertó, cuando se estaba poniendo de pie, por la espesura de un matorral aparecieron tres
gacelas.
El
joven lobo se sintió sorprendido, de hecho Rifai realmente se asusto.
El
tiempo pareció detenerse, ninguno de los cuatro lograba articular movimiento,
las tres gacelas le miraban a los ojos y Rifai en una postura no muy ortodoxa,
para un cazador, se sentó.
La
sensación de verse sorprendido y alcanzado lo habían desconcertado.
Madre,
había dicho que todo tiene su curso, entonces si lo miramos bien, no tiene por
que extrañarnos que una pequeña mariposa amarilla apareciera revoloteando entre
las bestias.
La
gacela mas pequeña desvió la mirada ante esta imprevista aparición y como
saliendo de un sueño, Rifai encontró su camino perdido de cazador.
Una
mezcla de vergüenza y rencor broto de sus entrañas, gruñiendo se arrojo hacia
adelante sin elegir a ninguna de las presas.
Las
gacelas medio despavoridas comenzaron a escapar, desordenadamente ordenadas,
cruzandose y saltando en algo parecido a una danza.
Aunque
era inexperto, instintivamente Rifai les
cerraba el paso, el correr del tiempo jugaba a su favor, su aguzado
oido escuchaba el trotar de sus hermanos,
se sentia orgulloso al saber que sus pares lo mirarían con envidia.
Entonces
tropezó, no sabía cómo, quizás una piedra o el pasto mojado; la cosa es que
tropezó y su sueño de gran cazador desapareció.
Se
puso de pie, la rabia se hizo sangre, el universo se tornó rojo.
Rifai
veía como las gacelas huían.
Pero
solo las jóvenes, la mayor, la más alta, la formidable se plantó frente al lobo.
Madre
había dicho que las gacelas corren y que los lobos las persiguen, Madre nunca
hablo de gacelas quietas.
La
rabia aun le gobernaba, así que se arrojó con furia hacia ella, sin ninguna oposición
la gacela se dejó atrapar.
Mientras
Rifai hundía los dientes en el cuello de su víctima se sintió sobrecogido y arrebatado,
se dio cuenta que podía verse a sí mismo desde lo alto, se miró mordiendo el frágil
cuello, vio a sus hermanos acercándose, incluso vio a las gacelas detenerse y
observarle desde una distancia segura.
Para
Rifai el mundo se detuvo, se observó observándose, y le pareció lógico que se mirara desde los ojos de una
mariposa.
Escucho
la voz de la gacela desafiandole a cuidar de sus hermanas, luego se hizo el
silencio.
El viejo lobo, mira su manada compuesta por un par de viejas
gacelas.
Gruñe por lo bajo a sus cansados huesos mientras se pone de pie.
Se deja arrebatar una vez más por el recuerdo, entonces aúlla
largo y grosero.
Todos huyen, incluso los lobos más aguerridos.
Las gacelas que se acercan a acicalarlo.
Una mariposa amarilla, levanta el vuelo.
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