El sol encandilando la piel.
El, con la mirada taciturna, queriendo estampar en la retina las formas, las curvas y las redondeces.
Aprontándose para un final descrito en una baraja de cartas mal impresas.
Brevemente, piensa en lo hermoso que sería hacerle una fotografía en blanco y negro… incluso aunque el blanco se reventara, la foto igual seria bella.
La mira embelesado, embriagado en esa ruleta rusa, que es la certeza, de que, aunque no lo quiera, esta es la despedida.
Ella sonríe creyendo que toda mentira es mentira, como la falsa sonrisa, la falsa promesa y el falso amor; que a su vez son mentiras de verdaderas promesas y verdadero amor.
Ella parece resplandecer cuando la piel se tensa por la brisa que se cuela entre las cortinas del ventanal.
Se miran una vez más, cómplices; sienten como la risa brota conjugándolos; se ofrecen el uno al otro.
Se saben mentirosos, sobretodo cuando ella se entrega toda, o casi toda, o toda lo que se puede ofrecer una mujer.
Ella se ofrece pensando en el mañana.
Y él, cuando se deja llevar por la marea de sus pálidas caderas, aprovecha para ocultarse en la hombría de macho cabrío, pensando en un ayer futuro.
Se miran absortos sabiendo que esta vez; posiblemente, sea la última.
Sabiendo que es; pero no queriendo.
Se entregan haciendo trampas.
-¡Que bien que me haces Maja!- le miente.
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